LIBROS Y LIBREROS - Varios microrrelatos

FATIGA 
Jorge F. Hernández

Luego de doce horas de vuelo, el viejo cerró su libro y se bajó de la hamaca.




NUMERACIÓN INCORRECTA
Isabel González

  
"Un día me compraré un caballo de éstos. Rosa y con alas", dice la niña y señala, en el libro abierto sobre sus muslos, la foto de un flamenco. El hombre, alentado por tanta inocencia, se quita la chaqueta, estrecha su acercanza y escarba los bordes de la hoja sesgada mientras le explica que alguien arrancó una página entre definición e imagen, que después del doce no viene el quince y que imagínate si Genghis Khan hubiera dominado Mongolia sobre un ave de tan frágiles patas. Como si la niña no supiera. Como si no apretara en su puño la hoja extirpada. Como si las cosas no pudieran ser de otra forma.







 CASO CERRADO
Javier Alonso García-Pozuelo 
   
   Nunca supe quién mató a la chica del supermercado. Papá se quedó sin trabajo y tuvimos que vender hasta los libros. Unos meses después me enteré de que la novela estaba en una de las bibliotecas municipales de mi ciudad, pero, por consideración a mi padre, decidí no reabrir el caso hasta que él recuperase su trabajo.
  
    Ahora, mientras la tierra se traga su ataúd, sólo puedo pensar en que ya nunca sabré quién mató a la chica del supermercado.




INESPERADA TRAGEDIA TRAS SORPRENDENTE ÉXITO
Jesús Alonso

   El éxito logrado por el bombardeo programado y continuo de libros de autoayuda sobre la nausea existencial hizo que, eufóricos, los deprimidos del mundo arrojaran sus píldoras antidepresivas por las tazas de los váteres.
   Al día siguiente millones de cadáveres de peces y de buzos aparecieron flotando panza arriba en océanos y ríos, lo que causó la reaparición revisada y aumentada de la citada nausea y el aumento de la venta de libros de autoayuda y del consumo de antidepresivos; sobre todo entre los seguidores de peces y buzos.




MITOLOGÍA 
Rosalba Campra

   La ciudad debía quedar muy lejos, porque después de más de doce años ellos seguían sin volver y el camino sin terminar.
   Hasta que un día encontré un libro que explicaba lo de las amazonas, y entendí todo.




LA MUERTE DEL LIBRERO INCULTO
Jacobo D. Godínez
   
Para Care Santos, con orgullo  

No lo maté porque hablase mal de mi amigo Juan Álvarez; ni por eso ni porque en vez de comer, rumiase. Tampoco lo hice porque no se me ocurriese otra cosa mejor que hacer. Ni porque me dieran veinte pesos por hacerlo o porque por su culpa no pudiese llevar a Irene a Alicante. No lo maté porque me echara un trozo de hielo por la espalda, ni porque no pensase como yo o porque me levantase dolor de cabeza escuchar su interminable cháchara. Y, para que quede claro de una vez por todas y para siempre, el motivo para poner fin a su vida tampoco fue que quisiese ocupar mi puesto en la Academia. Simplemente le pregunté si tenía algún libro de Max Aub y él puso cara de no haber oído ese nombre en su vida.



SE TRASPASA
Xenia García

   Mi madre fue, durante más de una década, la librera del barrio. Dicen que desfalleció una noche por vivir tantas historias ajenas. Husmeaba con esmero cada libro que llegaba a sus estantes, manoseando desgracias de muertes y amores como si fueran propias. Palpitando con ellas. Rezumando palabras advenedizas.
   Cuentan en el vecindario que su negocio nunca dio más que para pagar las deudas, pero jamás lanzó un lamento que sirviera de argumento a mi padre para cerrarle el local. Ella leía de día y de noche en la soledad de aquel cuartucho, tal era su desmedida afición por las palabras. Hasta que un día, cansada de descifrar siempre los mismos finales imaginados, comenzó a arrancar las páginas más predecibles y reescribirlas. Descubrió con esta práctica la forma de descuartizar rutinas.
   Desde entonces la recuerdo sobre el taburete de la librería deshojando desenlaces de novelas, mezclando tramas policíacas con surrealistas; confabulaciones románticas con giros de terror. Una noche, mientras destripaba su último ejemplar, desapareció. Desde entonces intenta mi padre traspasar el negocio, pero los libros continúan mezclando sus páginas huérfanas buscando finales imposibles y no conseguimos poner orden para atraer a ningún comprador.
  



AGENCIA DE VIAJES
Manu Espada

   El comercial me ofreció un tour por el País de Nunca Jamás. Mi vecino me había enviado desde allí una postal el verano pasado y me pareció lo más parecido a un parque temático, por lo que deseché la opción. Las fotos que aparecían en los folletos de Mordor mostraban unas tierras oscuras y volcánicas, salpicadas por llanuras de ceniza. También lo descarté. Buscaba algo más luminoso, y apenas tenía nociones de élfico, más allá de un año en la escuela oficial de idiomas. Me propuso una ruta por Macondo. Ya conocía la ciudad por motivos de trabajo. Aunque me gustaban sus casas de paredes de espejo era demasiado ruidosa. Luego me enseñó un catálogo de Comala como alternativa. Tampoco. Un secarral sin ambiente. Excesivamente tranquila. Me interesé por el póster de Gotham que había en la pared, aunque me quitó la idea de la cabeza. Al parecer vivía revueltas sociales. Sobre la mesa del comercial había un libro en cuya portada lucía una ciudad preciosa. En primer plano se veía un puente de piedra que cruzaba un río, con una orilla ribeteada de juncos. Al fondo, dos catedrales doradas remataban la imagen. Le pedí que me mostrara esa guía. Quería ir a ese lugar. Me respondió que no era una guía, sino un libro de ficción. Ese sitio tan bello era pura fantasía. ¿Por qué los parajes más bonitos del mundo no existen? Le pedí el libro y me lo regaló. Ese año me quedé en Lilliput viajando a través de la lectura, soñando que esa ciudad era real. Aún hoy, imagino que algún día podré viajar hasta allí, cruzar el Tormes caminando por el puente romano y perderme entre las calles de Salamanca.