ASCENSO
Por las mañanas, al levantarse, se siente un desecho humano. Se sabe impotente, desvalido, está deprimido y no encuentra fuerzas. Apenas junta algo de coraje, se dirige al baño y se higieniza. Su aspecto es ahora algo más decoroso, pero sabe que no engaña a nadie. Sin embargo, siente que comienza a remontarse a sí mismo no bien se pone y abrocha la camisa. Con el pantalón gana en hombría, con los gemelos en los puños obtiene ese aire ejecutivo, y el broche de oro, aquél detalle que lo iguala con un héroe mitológico, es el pulcro nudo de la corbata. Una última mirada frente al espejo, y un guiño. Cuando sale, luciendo el virtuoso traje, ya ha recuperado la dignidad que le es propia.
Sorprendido en un delito, el hombre huye. Lo persiguen. Comprende que no soportaría el encierro. Próximo a ser alcanzado, llega a una vieja casona y entra. Acorralado, sube al último cuarto, traba la puerta, asegura las ventanas, tapa la chimenea.
Que yo escriba con tinta y pluma ya es bastante improbable, sobre todo en tiempos de las computadoras personales; pero que una simple hormiga atraviese el tintero y luego camine por mi hoja en blanco con los pasitos exactos para dejar en perfecta letra impresa una microficción maestra, ya excede lo razonable y bordea lo imposible. Sin embargo, aquí tengo mi pluma, allí está el tintero y la hormiga pasea y pasea sus patitas, como precisos inyectores de chorros de tinta, por sobre el papel. El texto está bastante avanzado; en pocos instantes habrá completado la última oración, ante mi vista atónita. Pienso: la posibilidad de que esto realmente esté ocurriendo debe ser una entre varios cientos de miles de millones… hasta el más crédulo de los hombres afirmaría que es lisa y llanamente imposible, y yo soy particularmente escéptico.
Con un mínimo roce del dorso de mi mano, dejo una mancha de tinta y ácido fórmico y antenas y tórax y patitas, en el papel. Adiós hormiga impresora; adiós microficción maestra. Tal vez, semejante prodigio no tendría mayores consecuencias, pero no estoy dispuesto a correr el riesgo.
Cuando discutimos, mi esposa suele decirme:
-Con vos no se puede hablar en serio. Te comportás como un niño.
Yo trato de controlarme y explicarle que no es así, pero me termina de enojar cuando me tapa la boca con esa papilla, y entonces la escupo y hago un berrinche.
Juan Romagnoli
Por las mañanas, al levantarse, se siente un desecho humano. Se sabe impotente, desvalido, está deprimido y no encuentra fuerzas. Apenas junta algo de coraje, se dirige al baño y se higieniza. Su aspecto es ahora algo más decoroso, pero sabe que no engaña a nadie. Sin embargo, siente que comienza a remontarse a sí mismo no bien se pone y abrocha la camisa. Con el pantalón gana en hombría, con los gemelos en los puños obtiene ese aire ejecutivo, y el broche de oro, aquél detalle que lo iguala con un héroe mitológico, es el pulcro nudo de la corbata. Una última mirada frente al espejo, y un guiño. Cuando sale, luciendo el virtuoso traje, ya ha recuperado la dignidad que le es propia.
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CASO
Juan Romagnoli
Sorprendido en un delito, el hombre huye. Lo persiguen. Comprende que no soportaría el encierro. Próximo a ser alcanzado, llega a una vieja casona y entra. Acorralado, sube al último cuarto, traba la puerta, asegura las ventanas, tapa la chimenea.
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HORMIGA IMPRESORA
Juan Romagnoli
Que yo escriba con tinta y pluma ya es bastante improbable, sobre todo en tiempos de las computadoras personales; pero que una simple hormiga atraviese el tintero y luego camine por mi hoja en blanco con los pasitos exactos para dejar en perfecta letra impresa una microficción maestra, ya excede lo razonable y bordea lo imposible. Sin embargo, aquí tengo mi pluma, allí está el tintero y la hormiga pasea y pasea sus patitas, como precisos inyectores de chorros de tinta, por sobre el papel. El texto está bastante avanzado; en pocos instantes habrá completado la última oración, ante mi vista atónita. Pienso: la posibilidad de que esto realmente esté ocurriendo debe ser una entre varios cientos de miles de millones… hasta el más crédulo de los hombres afirmaría que es lisa y llanamente imposible, y yo soy particularmente escéptico.
Con un mínimo roce del dorso de mi mano, dejo una mancha de tinta y ácido fórmico y antenas y tórax y patitas, en el papel. Adiós hormiga impresora; adiós microficción maestra. Tal vez, semejante prodigio no tendría mayores consecuencias, pero no estoy dispuesto a correr el riesgo.
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PELEAS
Juan Romagnoli
Cuando discutimos, mi esposa suele decirme:
-Con vos no se puede hablar en serio. Te comportás como un niño.
Yo trato de controlarme y explicarle que no es así, pero me termina de enojar cuando me tapa la boca con esa papilla, y entonces la escupo y hago un berrinche.
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VIII
Juan Romagnoli
¡Sos un genio! - le dijo ella. Lo metió en la botella y la tapó.