LOS ELEGIDOS
Javier Alonso García-Pozuelo
Pasan casi diez minutos de las seis de esta fría mañana de enero y Wilson comienza a impacientarse. La larga espera, la larga e incierta espera le duele mucho más que cortes, magulladuras y sabañones. Esperar sin tener nada seguro. El no saber si habrá o no habrá algo para él. Eso es lo que más le duele.
Poco después, Wilson ve aparecer una furgoneta a través de la ventana de la cafetería y, en cuestión de segundos, un pelotón de hombres con mochilas a la espalda y gorros de lana en la cabeza, se agolpan frente al vehículo de una empresa constructora.
El conductor, sin apearse si quiera, va seleccionando a los candidatos, quienes, en el más completo silencio, temiendo el caprichoso cambio de parecer de otras veces, van ocupando su puesto en la furgoneta.
Cuando queda un único asiento libre y Wilson da ya por seguro tener que esperar a la intemperie la llegada de otro contratista, el pistolero asoma la cabeza por la ventanilla, le mira fijamente a los ojos y dice: «Tú, panchito alelao, ¿sabes alicatar».
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