LAS SORTIJAS DEL REY
Baltasar de Castiglione
El rey Alfonso I de Aragón, cierta vez que se disponía a comer, quiso antes lavarse las manos y para ello se quitó unas sortijas con piedras muy preciosas que llevaba en los dedos y se las dio al primero que se acercó a tomarlas casi sin mirar quién era. El sirviente pensó que el rey no había visto a quién le había dado las sortijas y que, ocupada su cabeza con asuntos más importantes, facilmente se olvidaría de ellas. Aún más confiado estuvo cuando, tras la comida, el rey no se las volvió a pedir. Y al advertir que pasaban los días, las semanas y los meses sin noticias pensó que ya estaba a salvo; de modo que, casi un año después, al querer de nuevo el rey lavarse las manos, él volvió a ofrecerse para tomar sus sortijas. Sin embargo, esta vez el rey le susurró al oído: «Suficiente con las primeras, que éstas le sirvan a otros».