JAVIER ALONSO GARCÍA-POZUELO - "La bufanda" y otros microrrelatos

LAS PERAS DEL OLMO

Javier Alonso García-Pozuelo

    Comenzó a cogerle gusto a la cosa literaria el día que cayó en la cuenta de que la higuera que su padre tenía de camino a la playa, aparecía cada verano en un punto distinto de la carretera y que, incluso, una vez, la higuera de su padre había dado naranjas.


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LA BUFANDA

Javier Alonso García-Pozuelo

   Ella teje de día y por la noche, antes de irse a la cama, deshace todo el trabajo hecho a lo largo de la jornada. No se llama Penélope, ni vive en Ítaca ni lo de destejer es una argucia para evitar casarse con alguno de los pretendientes que la acosan en ausencia de un tal Ulises. De hecho, si tuviese algún pretendiente, algún amigo o hasta algún sobrino lejano que la viniese a visitar de cuando en cuando, ya habría terminado hace tiempo la bufanda.

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EL ESCAPARATE

Javier Alonso García-Pozuelo

   Por fin lo entiendo. Todo encaja: el terrible frío que siento, la curiosa mirada de las personas con las que me he cruzado, el laberinto de calles extrañas que no me llevan a donde ella me espera. ¡Qué cosas! Te paras frente al escaparate de una tienda y, de repente, todo encaja. Ves reflejado en el cristal a un viejo medio desnudo que no sabe dónde está su casa, que ni siquiera recuerda el nombre de su esposa, y, como por arte de magia, todo encaja.

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EL ÚLTIMO PASEO

Javier Alonso García-Pozuelo

   Le encantaba pasear conmigo, cogida de mi brazo, en completo silencio. Al principio a mí también me gustaba. No tanto como a ella, claro, pero he de reconocer que un poco sí que me gustaba. Los primeros meses, sobre todo.
   Aunque si recuerdo con tanta precisión el recorrido del último paseo no se debe a que el hacerlo más despacio de lo habitual o el adentrarnos por callejuelas que no conocía, me hubiese devuelto el gusto por pasear con ella. No, nada que ver.
   Si lo recuerdo con tanta nitidez como si hubiese sido ayer mismo es porque al llegar a casa y leer la nota que había en la puerta, casi me caigo muerto al descubrir que –quién sabe desde qué punto del paseo– la que iba a mi lado no era ella, sino mi suegra
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CASO CERRADO

Javier Alonso García-Pozuelo

   Nunca supe quién mató a la chica del supermercado. Papá se quedó sin trabajo y tuvimos que vender hasta los libros. Unos meses después me enteré de que la novela estaba en una de las bibliotecas municipales de mi ciudad, pero, por consideración a mi padre, decidí no reabrir el caso hasta que él recuperase su trabajo.
  
   Ahora, mientras la tierra se traga su ataúd, sólo puedo pensar en que ya nunca sabré quién mató a la chica del supermercado.