10 MICRORRELATOS CERVANTINOS

LA VERDAD SOBRE SANCHO PANZA
Franz Kafka

   Sancho Panza, que por lo demás nunca se jactó de ello, logró, con el correr de los años, mediante la composición de una cantidad de novelas de caballería y de bandoleros, en horas del atardecer y de la noche, apartar a tal punto de sí a su demonio, al que luego dio el nombre de Don Quijote, que éste se lanzó irrefrenablemente a las más locas aventuras, las cuales empero, por falta de un objeto predeterminado, y que precisamente hubiese debido ser Sancho Panza, no hicieron daño a nadie.

   Sancho Panza, hombre libre, siguió impasible, quizás en razón de un cierto sentido de la responsabilidad, a Don Quijote en sus andanzas, alcanzando con ello un grande y útil esparcimiento hasta su fin.


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AÑORANZA DE AQUELLAS LECCIONES CLANDESTINAS
   
  Por dudar, mi señor, dudo hasta de mi nombre, que ya no sé si es María, Juana o Teresa. Y tres cuartos de lo mismo diríase del apellido. Mas si de algo no dudo, ni lo haré mientras viva, es de que nadie antes me enseñó tanto de la vida como vos me enseñasteis en aquellas noches en que mi Sancho andaba en escuderías con la promesa de ser nombrado gobernador de alguna ínsula.



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EL PRECURSOR DEL CERVANTES
Marco Denevi

   Vivía en El Toboso una moza llamada Aldonza Lorenzo, hija de Lorenzo Corchelo, sastre, y de su mujer Francisca Nogales. Como hubiese leído numerosísimas novelas de estas de caballería, acabó perdiendo la razón. Se hacía llamar doña Dulcinea del Toboso, mandaba que en su presencia las gentes se arrodillasen, la tratasen de Su Grandeza y le besasen la mano. Se creía joven y hermosa, aunque tenía no menos de treinta años y las señales de la viruela en la cara. También inventó un galán, al que dio el nombre de don Quijote de la Mancha. Decía que don Quijote había partido hacia lejanos reinos en busca de aventuras, lances y peligros, al modo de Amadís de Gaula y Tirante el Blanco. Se pasaba todo el día asomada a la ventana de su casa, esperando la vuelta de su enamorado. Un hidalgüelo de los alrededores, que la amaba, pensó hacerse pasar por don Quijote. Vistió una vieja armadura, montó en un rocín y salió a los caminos a repetir las hazañas del imaginario caballero. Cuando, seguro del éxito de su ardid, volvió al Toboso, Aldonza Lorenzo había muerto de tercianas.
 
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MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA

   El editor quedó fascinado con la novela pero, como condición para publicarla, le exigió a la autora usar un pseudónimo masculino, argumentando que los lectores no se interesarían por un libro escrito por una mujer. Dulcinea del Toboso, entonces, firmó el libro con el primer nombre que se le ocurrió. 


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LA MUJER IDEAL NO EXISTE
Marco Denevi
 
   Sancho Panza repitió, palabra por palabra, la descripción que el difunto don Quijote le había hecho de Dulcinea.
   Verde de envidia, Dulcinea masculló:
   -Conozco a todas las mujeres del Toboso. Y le puede asegurar que no hay ninguna que se parezca ni remotamente a esa que usted dice
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TEORÍA DE DULCINEA  
Juan José Arreola

   En un lugar solitario cuyo nombre no viene al caso hubo un hombre que se pasó la vida eludiendo a la mujer concreta. Prefirió el goce manual de la lectura, y se congratulaba eficazmente cada vez que un caballero andante embestía a fondo uno de esos vagos fantasmas femeninos, hechos de virtudes y faldas superpuestas, que aguardan al héroe después de cuatrocientas páginas de hazañas, embustes y despropósitos.
   En el umbral de la vejez, una mujer de carne y hueso puso sitio al anacoreta en su cueva. Con cualquier pretexto entraba al aposento y lo invadía con un fuerte aroma de sudor y de lana, de joven mujer campesina recalentada por el sol.
   El caballero perdió la cabeza, pero lejos de atrapar a la que tenía enfrente, se echó en pos a través de páginas y páginas, de un pomposo engendro de fantasía. Caminó muchas leguas, alanceó corderos y molinos, desbarbó unas cuantas encinas y dio tres o cuatro zapatetas en el aire.
   Al volver de la búsqueda infructuosa, la muerte le aguardaba en la puerta de su casa. Sólo tuvo tiempo para dictar un testamento cavernoso, desde el fondo de su alma reseca. Pero un rostro polvoriento de pastora se lavó con lágrimas verdaderas, y tuvo un destello inútil ante la tumba del caballero demente.
 


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CERVANTES
José de la Colina

   En sueños, su mano tullida escribía «El Antiquijote».


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LA MANO
David Lagmanovich

   No la había perdido, pero le había quedado inútil como una flor tronchada. El soldado la miró con lástima y se preguntó qué podría hacer ahora con ella. Luchar contra los infieles ya no, pues necesitaba la fuerza de las dos manos. Necesitaba buscar otro camino y encontrar una fortaleza nueva, se dijo. Pensó entonces en escribir un libro y entrevió que eso podría otorgarle alguna nombradía. ¿Conseguiría el favor del Duque de Béjar?¿Protegeria este alto señor al desconocido soldado Miguel de Cervantes? Nada se perdía con probar.

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LA CRUELDAD DE CERVANTES
Marco Denevi
 
   En el primer párrafo del Quijote dice Cervantes que el hidalgo vivía con un ama, una sobrina y un mozo de campo y plaza. A lo largo de toda la novela este mozo espera que Cervantes vuelva a hablar de él. Pero al cabo de dos partes, ciento veintiséis capítulos y más de mil páginas, la novela concluye y del mozo de campo y plaza Cervantes no agrega una palabra más.


 
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 CUERNO QUEMADO
   
   Soñó el viejo Carrizales que, después de mucho buscar a su esposa por la casa, la encontraba en los brazos de un gallardo y vicioso mancebo.
   Despertó angustiado, tentó la cama y confirmó que el juvenil cuerpo de Leonora estaba a su lado.
   Algo, no obstante, le hizo saltar del lecho nupcial, prender un candil y acercarse de nuevo hasta la cama, donde una sonrisa de felicidad nunca antes vista en el rostro de su esposa, bastó para que «El Celoso Extremeño» supiese que allí había gato encerrado
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