NEUMAN - El deseo

EL DESEO
Andrés Neuman

   Cada vez que yo insistía en que nos viéramos, a ella se le opacaba la voz y me respondía que eso no era posible. Entonces yo empezaba a exigirle alguna explicación hasta que ella, contrariada, se despedía hasta la tarde siguiente. Como nunca aceptó darme su número, a mí no me quedaba otro remedio que esperar todo un día, hecho un manojo de nervios, a que volviera a sonar el teléfono. En cuanto escuchaba su voz pausada y cálida, me disculpaba solemnemente y le prometía no volver a proponerle una cita nunca más.
   Pero poco después, casi sin darme cuenta, volvía a rogarle que por fin nos encontráramos, o que al menos me explicase su temor. Supe que, más de una vez, ella estuvo al borde de las lágrimas antes de colgar. Y alguna vez, también, temí perderla para siempre. Hecho un insoportable manojo de nervios, yo aguardaba a que volviera a sonar el teléfono, a que ella repitiera ese número que cierto día había marcado por un simple y maravilloso error.
   Y sonaba.
   Esta tarde acabamos de despedirnos. Ha sido una despedida extraña: me ha propuesto que nos veamos mañana, a la hora de siempre, en un lugar que ella misma designará. Hemos quedado en que me llamaría media hora antes para explicarme dónde será el encuentro, y me ha pedido que para entonces ya esté preparado. Me ha rogado que no deje de ser puntual. ¡Puntual como un reloj! -exclame, antes de colgar el teléfono.
   Después de haber colgado, me he quedado un rato con la mirada fija, meditando. He llamado de inmediato a la compañía de teléfonos y les he dicho que deseaba cambiar urgentemente mi número. Me contestaron que tardarían dos o tres días en hacerlo, pero les he explicado que no podía esperar tanto. Por fortuna, los he convencido: mañána, a primera hora, tendré un nuevo teléfono. A partir de entonces me dedicaré a aguardar, hecho un manojo de nervios, a que alguna señorita equivocada marque mi número y yo, galante, consiga retenerla para preguntarle su nombre.