GUDIÑO KIEFFER - La nochebuena del Lazarillo

LA NOCHEBUENA DEL LAZARILLO
Eduardo Gudiño Kieffer

En ello estaba cuando alguien puso su mano sobre mi hombro, y escuchar pude una voz que me decía: “Tú, mozo, ¿no sabrás acaso dónde encontrar posada?” Vuestra Merced crea, cuando esto oí, que estuve a punto de caer de mi estado, no tanto de hambre como de miedo. Volvíme y vi que el que así me hablaba era sin duda un hebraizante, por su ropa y por su continente. Plugo entonces al Señor librarme de todo temor, y alumbrado por el Espíritu Santo respondí que sí. Porque al ver detrás de aquel hombre a la más hermosa y casta de las mujeres, percáteme de que no eran sino San José y la Santísima Virgen, que como hace muchos años y en lueñes tierras buscaban un lugar dónde alojarse para que María alumbrase.

   Entréme en el lugar donde la parida estaba adorando al Niño, para ser yo el primero en contemplar la maravilla. ¡Oh, gran Dios, quién estuviera a aquella hora sepultado, que muerto del susto ya lo estaba! Porque no había solo un niño sino dos, dos rollizos infantes recién nacidos, dos preciosos llorones, dos querubines rubios. ¡La Virgen había tenido mellizos! Y puédese pensar que me equivoqué, pero era el venticuatro de diciembre a medianoche y yo no había bebido ni el más pequeño jarrillo de vino. Por eso digo que debe ser cosa del demonio, para que yo no determine arrimarme a los buenos.